Un homenaje húmedo
"Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad." (García Márquez, 1982)
En La Plaza retumbaba Réquiem, esa prodigiosa composición musical que deseando descanso a los difuntos enuncia misterio, angustia, dolor, pena y tristeza. En esta ocasión sonaba para a aquel genio que nos había dejado: El ganador del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. La melodía inquietante era en primer plano el paisaje sonoro de fondo de una Plaza que nada tiene que ver con Mozart, pero sí con monumentales edificios de poder, políticos, militares, pordioseros, millones de palomas, protestantes, desplazados por la violencia, vendedores ambulantes, turistas, gris asfalto y algunos ladrillos y un Simón Bolívar de piedra pintoreteado y quebrado por el tiempo y las injusticias, por la desigualdad contra la cual luchó, la inconformidad del pueblo y el pasar de días cargados de soledad.
Los silencios de la solemne, oficial y retumbante sinfonía eran llenados por los murmullos de lo informal: las voces de la gente que había ido a homenajear al escritor, los vendedores ofreciendo sus productos, la leve lluvia que estallaba sobre las duras, lisas y grises lozas, las protestas del cambuche, las mujeres emocionadas o espantadas por las palomas, los ponchos desechables de color fosforescente, los murmullos de las sobrillas que se abrían, y el raspar de los zapatos mojados.
Todos estaban invitados a la Catedral. Absolutamente todos. Pero sólo ellos estaban adentro: Los políticos, los adinerados, los elegantes, los oficiales, los jefes de las fuerzas militares, los hijos de los ricos, los más educados, los pertenecientes a esa burbuja que logra cerrar la Séptima (entre la calle Doce y Décima) para que sus ilustres carros de vidrios oscuros manejados por escoltas los puedan dejar intocables, impalpables, e inmirables a la entrada de la Iglesia. La Séptima fue transformada en la perfecta materialización urbana de la brecha abismal existente entre ricos y pobres de una sociedad que con tan magistrales obras el genio homenajeado dedicó su vida a representar. Cerrada y permeable sólo en algunos puntos a través de una minuciosa requisa por parte de la policía; un límite, una grieta espacial infinita que separaba a los de adentro de los de afuera, a la gente de élite de los demás, a los dirigentes de los civiles, a los políticos de los estudiantes, a los "importantes" de los simples visitantes a un homenaje.
Y adentro retumbaba la Filarmónica de Bogotá y las gloriosas voces llenaban el recinto, y afuera tronaban los parlantes y brillaban varias macro-pantallas que a los otros el interior mostraba. Adentro los magistrados, afuera los desplazados; Adentro la primera dama, afuera una señora envuelta en una ruana; Adentro el Presidente, el Arzobispo y la Cruz, afuera un plaza decorada con luz. Adentro la real ceremonia, afuera un homenaje configurado igual que la democracia colombiana: a través de filtros, barreras, preferencias, ventanas cerradas, puertas custodiadas, armas cargadas y segregación, pues lo que los ricos pueden tener directamente llega siempre a los demás a través de otros medios. Adentro Mozart: la cultura europea; Afuera el Vallenato: la cultura costeña. Montados sobre una gran tarima que la cara a la Séptima daba, los músicos la salida de los políticos aguardaban.
Algunos parados caminaban de un lado a otro, visualizando las pantallas, sintiendo el retumbar de las ondas sonoras en sus oídos y cuerpos; otros se sentaban incómodamente para apreciar el espectáculo sobre la plataforma monumental que alza a Simón Bolívar, ese único elemento jerárquico sobre la vasta planicie gris. El olor era de lluvia, de humedad, de ciudad vaporizada, de sustancias citadinas supendidas en el aire. El espacio se transformaba con el formar de delgadas capas de agua sobre las lozas de la plaza: la imagen de un presidente que hablaba al país desde el interior de la catedral convertía la superficie horizontal en un gran espejo de ilusiones en las que colores cálidos rojizos, amarillentos y anaranjados se derretían con el tronar de las melodías, con el sonar de voces políticas, con el tocar del agua contra el suelo, los cuerpos en movimiento y las sombrillas. Y los gigantescos edificios se sentían cerrados, intocables, custodiados, pero era esa misma lluvia que los lamía la que acompañaba los minúsculos espectadores que se asomaban tras rígidas rejas para poder oír y ver los músicos que el vuelo de mariposas amarillas celebraban.
Y volaron mariposas de papel, pero instantáneamente fueron estripadas por la lluvia. Y al mismo tiempo los políticos salían sobre una alfombra roja que cubría la gran escalinata de la catedral. Corrían con sus finos zapatos en puntillas escapando de la lluvia y la plaza, de la gente y sus caras, pues los esperaba el seco y protegido interior de sus carros sobre el rio de agua sucia que era ahora la Séptima. Se marchaban en sus lujosos vehículos, mientras la música para ellos sonaba. Ni media mirada nos daban, a los de afuera, aquellos a los que la tarima de los Vallenatos la espalda daba. ¡Qué día tan húmedo y solitario! ¡Qué día tan cargado de contradicciones, de comportamientos típicamente colombianos! ¡Qué forma de regresar al centro, de bañarme con sus lluvias, sus cantos y sabores! ¡Qué ciudad tan ridículamente segregada, tan hipócritamente formalizada! ¡Qué forma de confirmar que la realidad mágicamente relatada todas sus calles impregnaba!
The otherness: Social inequality expressed in public space
According to social theorist and geographer David Harvey, the distribution of power is completely associated to the spatial fragmentation of the city and its division through gated communities and guarded buildings (as it happens in Bogotá): "The neoliberal protection of private property rights and their values becomes a hegemonic form of politics, even for the lower middle class." (Harvey, 2012, p. 15) It is important to note, that this logic is deeply linked with the situation in which when a common space is collectively perceived as dysfunctional or degraded, strangers are often pointed as guilty for every and each abnormality and accused of "being over-demanding or undeserving". (Amin, 2012, p. 68) In addition, according to Bernanrdo Secchi, it is common to find a contraposition between the tendential social homogenization of the city of the rich and the evident heterogeneity of the city of the poor, inhabited by populations of very different origins and cultural characteristics. It is in spaces loaded with this kind of contraposition - not only between rich and poor ones, but also between persons who are used to share the same spaces - that the conflicts between different social groups emerge. The subsequent problems of social inequality are characterized by a multidimensional and multiscalar nature. In particular Secchi argues that equality should not be equalized with homogeneity, for they are two notions that refer to different levels of reality that interact with each other by resonance. It is the city, therefore, that through physical and spatial devices which regulate the complex socio spatial relations in territories of inequality can become a machine of social integration or social exclusion. (Secchi, 2013) Unfortunately, the ones who decide how and where to situate these devices are the elite's members confined in offices and power buildings, and not those who actually embody the social inequality and segregation in urban spaces. (Amin, 2007)
Public space can be understood as a device; majors and politicians of Bogotá have proclaimed the public space as a device that through its appropriate interventions and renovations - ruled by public policies such as the Plan Maestro de Espacio Público[1] - would be capable of generating and promoting 'equality'. The problem that permeates this reading of the role of public spaces in the social inequalities of Bogotá is, indeed, the notion of 'equality' applied by urban policies. According to Juan Pablo Galvis, colombian geographer, the lack of recognition of the complexity of urban subjects and the idealization of an inexistent 'social harmony' render 'equality' an impossible idealization based on a 'homogeneity' that - as the urban practices of 'La Séptima' evidence - cannot exist. He states: "In the case of Bogotá average subjects are at the core of official notions of equality. As a consequence, purportedly egalitarian urban governance relies on ignoring class difference by idealizing social harmony in public space. (...) The idealization of classless social harmony in public space is, in turn, anchored in deep-seated local articulations of class difference." (Galvis, 2013, p. 3)
As a consequence, the attention of urban planners and designers has not been put in what subjects really incarnate in public spaces, but in the creation of policies and designs that sell the image of public space as the site of social and classless harmony in which abnormalities do not exists. On the contrary, this image generates in the field the exclusion of those who do not belong to this false idea of 'equality'. (Galvis, 2013) In Bogotá it has been proclaimed: "You will see people on US$ 5000 bikes and others in US$ 50 bikes, and all having the same fun! Rich and poor, young and old, men and women; tall or short... all!" (Recreation commisioner during the majors first term in Galvis, 2013, p. 1467). The question here is the superficial and careless definition and embracement of "all' and its multiplicity, heterogeneity, plurimorfism and diversity. Who are "all"? Certainly not the street vendors, nor the homeless, the dancers, the showmen/women, the singers, the disguised characters, the countrymen/women, the protestants, sorcerers, witches, portraitists, dogs and pigeons of 'La Séptima'.
[1] Public Space Master Plan