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Mango Marioneta Pandereta

Era medio día. Los escalones del edificio de la esquina eran perfectos para sentarse, observar y olfatear. Una nube de inconfundible olor a almuerzo casero se movilizaba por los aires. La comida no sólo era servida afuera, sino adentro. El mercado lineal de móviles nómadas competía con cientos de restaurantes que cocinaba ansiosamente para la hora de salida de los oficinistas. Las ventanas de las cocinas parecían estar abiertas de par en par, inundando la Séptima de un paisaje de conocidos olores de la ciudad, de la región, del país, del continente. Todos querían oler y sonar; todos querían ser vistos, comidos, saboreados. Y afuera "¡Mango, mango, delicioso mango!" Unos Jeans apretados, un acento costeño, varias trenzas con largas hiladas de colores enunciaban un brusco movimiento de un machete rompe-coco. El tintinear de los platos en las cocinas llegaba a la calle, revolviéndose con el repicar de las panderetas, de los cantos averiados, las mil millones de letras.

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Sentí cómo empezaba a vibrar el pavimento.  ¡Cuántos peatones, cuántos transeúntes elegantemente de trabajo disfrazados! Varios personajes cantaban para ellos. Uno era un hombre-instrumento con un zapato-pandereta, una guitarra, una armónica y un parlante. Otros eran rockeros solitarios, que con una guitarra eléctrica clásicos a la Séptima regalaban. Un saxofonista al lado de los retratistas, una banda de música andina, un trombón, un caminante. Éste último recorría la calle infinitamente, mientras numerosos clarinetes construidos con lo que parecían ser tubos PVC sobre su grande pansa se agitaban. No se detenía casi nunca, y ni un sombrero para recoger monedas llevaba. Parecía ser un simple caminante que quería regalar música a la Séptima, sus esquinas, sus espacios, sus ciclistas, sus transeúntes. Repetía la misma melodía y era posible visualizarlo cuando todavía estaba en la lejanía pues su instrumento-vestido producía un sonido inconfundible.

Varias veces caminé junto a él, queriendo comprender en qué consistía su recorrido, qué podía sentir y experimentar mientras caminando música generaba. Muchas veces se detenía a observar a los artistas que se apropiaban táctilmente de la séptima. Con miles tizas de colores reproducían clásicas obras de arte sobre el pavimento, ese asfalto rugoso y antipático que durante decenas de años había lamido las llantas de los carros. Ahora lame las rodillas de los agachados artistas, lame sus dedos que frenéticamente polvos coloridos esparcen, lamen sus zapatos, sus sillas-monopatín improvisadas, lamen sus codos raspados, sus cuellos cansados y una obra de arte que se desvanecerá con el tiempo, con la lluvia, con las suelas de aquellos que se atrevan a acariciarlas con sus suelas, con el pasar de carros intrusos, con los vientos, con las arrastradas mercancías.

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"Hola, ¿ustedes siempre están por acá?"

"Venimos todos los miércoles. ¿Por qué? ¿Nos quieres ayudar?"

A veces venían en manadas y uno tras otro, varios rostros, árboles, seres fantásticos y animales recreaban pacientemente sobre el pavimento con el sol sobre la espalda. Varios transeúntes los rodeábamos y admirábamos tanta fuerza, tanto trabajo que de un día a otro se desvanecería.

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La Séptima era apropiada con la yemas de los dedos, con los oídos, con los pies, con las bocas, con los ojos, con las nalgas, con los pensamientos. Mientras un artista sobre el piso dibujaba, un retratista plasmaba caras de jovencitas sobre un papel. Mientras un hombre con un tambor cantaba, los vehículos-rodantes-montaña-de-frutas alimentaban a los que al medio día habían abandonado el interior de sus oficinas. Patines resonaban, mientras un barrendero movilizaba miles de hojas secas. Una bicicleta llevaba un radio cuyas melodías un ciclista movilizaba distraídamente. Todos querían sonar, tocar, comer, oír, imágenes construir. Eran seres creativos, que quemando vasos de plástico creaban animales irrepetibles, serpientes o dragones ondeantes. 

Un paso más allá y la 19 llena de comida me esperaba; otros pasos y un baile coreográfico a un centenar de personas divertía. La Séptima se convertía en múltiples escenarios, donde innumerables estímulos sensoriales se enredaban entrecruzando simultáneamente los que sucedían en diferentes espacialidades. Un mismo espacio lineal era constituido por espacios sin límites o bordes que parecían extenderse infinitamente a través de los sonidos, sabores, olores, texturas e imágenes que cada uno de los habitantes podría estar generando.

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Economic resilience and Public Space

Referencing Michel de Certeau's notion of  'ordinary culture', in order to apprehend the collective impulses of 'ordinary' urban practices it is fundamental to consider the practical intelligence of ordinary persons and the use they give to the mass production that permeates constantly urban spaces. According to Certeau, ordinary cultures are inevitably consumption cultures, but their consumption is simultaneously a new production, opposed to the standardized and rationalized one of the dominant economic order. The 'consumption-production' of popular cultures is diffused and present everywhere, not susceptible of being punctually identifiable, but composed by the abilities of utilization of urban actors. (Cuche, 2003 (1996))

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These multiform and anonymous practices of the multiple actors - also present in 'La Séptima'- , associated by french anthropologist Denys Cuche to the notion of 'Bricollage',  constitute an order of creative resilience, an alternative transformation of the productive relations in the city with the aim of satisfying their necessities in the situation of 'dominated' class.  Through this type of 'bricollage' activities, the popular cultures - even if confronting what the 'dominant' class imposes or rejects - are able of developing original values and practices. Even if the 'Ciclo-Via' is an official public event of the city it belongs mostly to the popular classes; it is mostly appropriated by middle-  and low-class members. Being outside on Sundays pedaling on 'la Séptima' is taking part of that 'bricollage' constructed not only by what commonly 'happens' in the pedestrianized street but, but also by 'what happens' in other parts of the whole city, of the whole region, of the whole country. Even if street vendors and showmen's practices  are an expression of economic necessity - for they have to develop creative solutions to respond to the lack of working opportunities in the city - their activities embrace a sense of liberty, of free creation, of self-management of their  time and the use they give to a final product. In some way, they become autonomous and above all, it is in the oblivion of domination, that popular classes succeed in realizing autonomous cultural activities. (Cuche, 2003 (1996)) These creative practices are linked a necessity of entering the economic system of the city, of producing the capital that would sustain life, basic necessities and the quality of urban life [1]. Furthermore, it is important to note that in the informal and apparently local practices situated in 'La Séptima' a whole dimension of global questions that belong to the economy interactions ideated  by the dominant groups of the world is present. Local and global dimensions are closely linked. Relations not only of proximity, but also of distance render urban spaces as diffuse circulation spaces and not physical confined places (Amin & Thrift, 2002; Amin, 2007). "The everyday urban has become part of a world space of many geographies of varying spatial reach and composition, linked to the rise of transnational flows and ideas, information, knowledge, money and people; trans-local networks of organization and influence, including multinational corporations and global financial institutes, international governance regimes and transnational cultural networks (...) (Amin, 2007, p. 102)"

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