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Limpiar...

... y comer

Son las 5 pm. Inicia la caída del sol y el ajetreo al interior de los restaurantes se hace evidente sobre la Séptima. Bolsas grandes, olorosas, blandas e infecciosas aparecen sobre cada pedazo de andén, frente a cada entrada como si de un baile en coordinación se tratara. Mujeres uniformadas salen de cada restaurante, llevando con una expresión de asco lo que tantos clientes en sus platos dejaron. Cuántos kilos de comida, cuántas bolsas repletas de harinas, cuántas carnes, cuántos vegetales putrefactos. La mercancía vuelve a la calle, pero esta vez procesada, masticada, aplastada, mezclada, destrozada. Y el aire empieza a oler a desechos, a comida empaquetada, a líquidos tóxicos, a uno que otro delicioso plato mohoso.

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Lentamente algunas caras nuevas aparecen. Arrastran sus trajes y costales, sus pies perdidos, sus pieles maltratadas por tanto sol y tanto viento, por tanta lluvia y tanta soledad, por tanto andén y tanta calle, por tantas esquinas puntudas y averiadas. La Séptima se llena de ellos: uno que otro por aquí y por allá, por aquí y por allá. Arrastran sus pasos, rasgan las bolsas tiradas. Son los habitantes de la calle, pordioseros, indigentes. Es la hora de la cena para ellos. Comen de la basura y fétidos gases se dispersan en el aire. Y pienso en mi delicioso almuerzo, en mis manos limpias, en mis nuevos zapatos y mi mochila. Pienso en lo que he comido cada semana, en cada masticada, en cada sorbete, en cada mango, cada plato, cada encuentro, cada cocina, cada día de rica comida.

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La calle empieza a vibrar, a temblar y el desagradable ruido del camión a los transeúntes espanta. Es un gigante intruso, un violador de la peatonalización, un enorme monstruo mecánico, oloroso, ruidoso, artificioso. Se mueve lentamente, acariciando y agarrando con sus gigantescas ruedas el rugoso asfalto. Frena. Varios hombres de verde disfrazados de un salto bajan, recogen todas las bolsas, las botan por los aires, repletas, casi explotando. Y sus caras no son caras, son tapabocas-ojos-cachucha;  sus manos no son manos, son tela sucia. Su trabajo es limpiar, recoger, botar, arrasar y tirar los desechos-banquete.

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Se deben apurar y no pueden esperar a que las señoras traigan la comida. Y mientras a los hombres de verde les sirven gaseosas y refrescos, ellos comen basura. Y todos persiguen el blanco y enorme camión, que para algunos es trabajo, para otros la censura. Comen y comen. "Rápido que se nos llevan la comida." ¡Qué hambre, qué sed! Una bolsa que se cae y en mi arroces explota. Un accidente es la oportunidad: comer, masticar, un poco de comida empacar. Y mientras un delicioso arroz queda bien servido en el andén, los transeúntes asqueados lo intentan ignorar.

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Pero, ¿Cómo no notar que detrás de un simple accidente está esa potencialidad del espacio como generador de novedad? Lo que para unos es un asqueroso accidente, para otros significa poder llenar la barriga. Una bolsa caída se convierte en una cena, y un andén en un plato, y una escoba en una amenaza, y un camión en un ladrón. Saltan los hombres del automotor y limpiando se llevan el arroz. Los demás hombres se apresuran y con vergüenza y pudor los restos siguen guardando.

Y tú, me viste haciéndote un video mientras de una caneca comías. Tus oscuros y cansados ojos fijaron los míos. Me avergoncé, me arrepentí, me sentí culpable. Entré a un restaurante porque quise alimentarte. Te busqué, caminé varias calles y deseé encontrarte con esa bolsa llena de comida en mi mano. Lo siento. Perdón, de verdad. Nunca te pude encontrar.

- "Deme una monedita para la comida ".

- "Esto es comida. Se la regalo".

-"No, no quiero eso. Una monedita."

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Rabia. No hizo sino mirar mi cámara. Estoy segura de que tú sí me hubieras recibido mis disculpas y la comida. ¿Dónde estabas? Te seguí buscando de aquí para allá y la oscuridad me dijo que seguramente a otro lugar ya te habías ido.

Y ahí estaba otro de ellos que de la basura un par de plátanos sacaba. Lo saludé y tu comida le quise dar. Sonrió con negros dientes, siendo este gesto mucho más valioso que cualquier otro signo de gratitud. Me quedé observándolo de lejos y pude visualizar cómo con una sonrisa la comida examinaba. La miró y en un costal la guardó. Se quedó vacilando y después de un rato sacó un pedazo de pan y con gran placer le pegó un enorme mordisco.

The unfulfilled right to the city

In 'La Séptima' the barrier that the flows of cars - motorized private, protective and safe spaces - and public transport - terribly overcrowded and unsafe - established until 2012 were broken. The absence of gated communities in the city centre and the openness of the ground floors of the majority of the buildings, excepting those of political power, presupposes the liberalization and opening of boundaries and the conformation of spaces where people can participate and have access to urban life. Nevertheless,  more deeply fragmented and intangible frontiers exist still in its urban spaces. The territorialization of 'La Séptima', a resonance of situated multiplicity in public spaces  that consists on the "repetitions of spatial demarcation based on daily patterns of usage and orientation" (Amin, 2008, p. 12) is constantly permeated by implicit barriers of political and economical power relations, by the surveillance and control that establish dominant subjects in determined situations, by the constant need of protection regarding the individual possessions, by the constant feeling of distrust that popular classes experience regarding new strangers, new observers, listeners, smellers, tasters and sensors of 'what happens'.

 

As Ash Amin enlightens, "the movement of humans and non-humans in public spaces is not random but guided by habit, purposeful orientation, and the instructions of objects and signs. The repetition of these rhythms results in the conversion of public space into a patterned ground that proves essential for actors to make sense of the space, their place within it and their way through it. Such patterning is the way in which a public space is domesticated (...) (Amin, 2008, p. 12)" Somehow, the repetition and rhythms of human and non-human behaviors that domesticate the spaces of 'La Séptima' contain  pre-cognitive and spontaneous responses to the existence of power relations or the emergence of new and unknown situations. "Not all forms of situated practices, bring strangers in to purposeful contact with each other, capable of affective transformation through engagement. (Amin, 2012, p. 59)" Co-presence is not the same thing as collaboration. Each space has its own control schemes, its own power devices. The political power buildings that surround 'La Plaza de Bolívar'; 'La Torre Colpatria', the economical symbol situated at the end of the pedestrianization; the presence of renown offices placed in several buildings; the presence of private and public institutions where the decisions of urban elites and planners configure the fortune or misfortune of the different social groups are some examples of the physical devices that establish power relations. Nevertheless, the tendency to discriminate, exclude and mistrust strangers -  so invisible and intangible, but  deeply present in the configuration of collective culture - presuppose, in my opinion, the strongest power relation in 'La Séptima'. Moreover, the Right to City, the possibility of participating in the conformation of public life, does not become fulfilled because the minorities, the popular classes that inhabit 'La Séptima' do not have access to basic resources and have to be constantly absorbed by the task of surviving in a city full of contradictions and social inequality. (Appadurai, 2006  in Amin, 2012) As Harvey sustains, "the actually existing right to the city, as it is now constiuted, is far too narrowly confined, in most cases in the hands of a small political and economic elite who are in a position to shape the city more and more after their own particular needs and heart's desire. (Harvey, 2012, p. 25)"

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